El rincón oscuro del alma

20.08.2020

A menudo, cuando veo las cosas bastante claras, cuando soy capaz de ordenar la realidad y mis sueños, mis dificultades y mis éxitos, mi vulnerabilidad y mi fortaleza, trato de averiguar por qué y cómo caigo a veces en el desánimo. Cargo con una historia de depresión y ansiedad, es cierto, aunque entiendo y explico que los momentos de tristeza y de nerviosismo son parte de la "normalidad".

El caso es que haber pasado por esos momentos amargos no me molesta lo más mínimo cuando tengo claridad, cuando no estoy en uno de esos momentos. La incomodidad que conllevan no me parece para tanto durante los días claros. Al contrario, los contemplo como parte inevitable de mi crecimiento y mi desarrollo personal. Entiendo que están desencadenados por acontecimientos específicos que me golpean allá donde soy más vulnerable, que puedo elegir fortalecer con paciencia, con calma, poco a poco. Y, sin embargo, cuando vuelve el desánimo, daría lo que fuera por acortar su duración, aliviar su intensidad, incluso erradicarlo. Claro; si no, no sería malestar.

Esperar, practicar amabilidad con esos espacios oscuros, no resistirlos, como si anticipara lo que sé que pensaré cuando pasen, son algunas de las estrategias que mejor me han servido para restaurar mi ánimo. Eso y prestar atención a otras cosas que coexisten con esa oscuridad y que no puedo pretender que no me importan: otras personas, proyectos que me ilusionan, el deseo de dejar atrás ese nubarrón. Finalmente, a veces también me da resultado restructurar mi relación con el malestar que siento y contemplarlo como mi aliado en la búsqueda de la felicidad. De hecho, tanto los sentimientos alegres como los difíciles quieren lo mismo: mi bienestar.

Estas estrategias están más o menos resumidas en el libro de Matthieu Ricard "En busca de la felicidad" y son fundamentales en el protocolo de entrenamiento en mindfulness y compasión que practico y enseño. De las tres estrategias, llamémoslas "distraernos", "observarnos" y "restructurar", es la tercera sin duda la más poderosa. Se asienta en las otras dos, habilidades puramente atencionale, e incluye un análisis que forma parte de la perspectiva más saludable de la que hablaba al principio. Porque sin la enfermedad, que no es deseable, no sabríamos qué es la salud, sin el malestar, no existiría el bienestar, sin la oscuridad, la luz. Y esto es mucho más que un juego de palabras.

Mi deseo es, desde el desánimo de hoy, hacer personal una vez más esta verdad para mí mismo y para vosotr@s, lector@s, y así convencernos. Si lo hago para vosotr@s, lo hago para mí, si lo hago para mí quizá le va a servir a alguien más, así que ambos objetivos son inseparables. No veo delante de nosotros un futuro próximo exento de dificultades y deseo que sobrevivamos. No solo eso, deseo que fluyamos con toda la facilidad, felicidad, posible. Deseo que nos hagamos a la vez fuertes y flexibles: resilientes.

Fluir no puede significar ahorrarnos experimentar lo que a la larga nos va a ayudar a tener salud, bienestar, a brillar, es decir, la enfermedad, el malestar, la oscuridad... la realidad. En la medida en que encuentro este convencimiento en mi corazón, voy a tolerar mejor este lado oscuro del alma, tan inevitable como incómodo, y a ver su potencial o incluso su extraña belleza.